La sangre de las Velkra by Pedro J. Alcántara

La sangre de las Velkra by Pedro J. Alcántara

autor:Pedro J. Alcántara [Alcántara, Pedro J.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 2017-08-15T00:00:00+00:00


7. LA DURA RUTINA

Habían pasado casi cuatro horas desde que dejaran atrás las murallas de Dúrenhar, pero todavía no se habían detenido a descansar. Tres muchachos se habían desmayado por el camino, tal vez alguno de los que un par de días antes sufrieron el castigo por su pereza. El oficial de la sección, sin embargo, seguía caminando como si acabasen de salir de la fortaleza, dando la apariencia de que el descanso era algo totalmente innecesario.

Erol estaba agotado, pero se esforzaba por no demostrarlo. La coraza de entrenamiento pesaba muchísimo y además, cargaban con la prometida espada y el enorme escudo del que ya les habían hablado, los cuales recogieron al bajar el promontorio sobre el que se izaba la fortaleza. Marchaban sin yelmo, lo que les facilitaba poder refrescarse con el aire que se movía por el valle en el que se encontraban. Lerac también comenzaba a sufrir los efectos de la larga marcha: las fuerzas se le escapaban por los poros de la piel en forma de abundantes gotas de sudor aunque esto no detuviese su avance.

Según parecía, Zelca había cumplido su palabra cuando aseguró a Erol que no sería necesario que hiciese ninguna prueba de combate o, al menos, de momento no habían mandado buscarlo para hacerla. Los hermanos pasaron buena parte del camino hablando de sus cosas y por fin, el mayor le presentó a Erol a algunos de sus compañeros recién hechos, entre ellos, el ocupante de la parte baja de su litera triple, llamado Olier. Era un muchacho serio y bastante disciplinado, pero parecía estar en peor condición física de lo que aparentaba. Hacía horas que ninguno de los tres hablaba con los demás, en un intento de mantener las fuerzas y la humedad de sus bocas. Por suerte, un pequeño grupo de guardias de la fortaleza acompañaban a cada sección con un carro en el que odres de agua fresca se iban repartiendo para todos.

De pronto, la columna entera se detuvo ante el grito de los dos supervisores de Rhael.

—Al fin vamos a descansar —dijo casi sin voz Lerac.

—Menos mal… creía que iba a desmayarme —confesó Erol—. Olier dio un par de pasos más cuando de súbito, se desplomó al suelo sin mediar palabra. La pesada coraza de entrenamiento estaba destrozando a los muchachos.

—Levanta Olier —le decía Lerac—, vamos, reacciona.

—Solo está cansado, dadle agua y se levantará solo en un momento —se escuchó una voz detrás de ellos.

Los hermanos se giraron para ver la cara del que se interesaba por la salud de su amigo, un joven desconocido para ambos.

—Tú eres Erol, ¿verdad? —preguntó mirando al menor de los hermanos.

Erol se quedó un momento en silencio, sorprendido por la pregunta.

—Sí. ¿Cómo lo sabes?

—Me alegra conocerte. Lo sé porque lo sé, eso es todo —confesó el muchacho—. Mi nombre es Áramer.

—Encantado, Áramer, este es mi hermano Lerac —dijo Erol.

Lerac sonrió a modo de saludo.

—También lo sé —respondió alargando la mano.

El chico hablaba deprisa, con la impaciencia de quien tiene energías para no parar de conversar en todo el día.



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